El discurso visual de Médici se ubica entre la religión y la filosofía. Es
un discurso audaz y obsesivo, profundo y sostenido sobre el hombre en su
totalidad histórica. El hombre y sus innumerables definiciones, desde la
ya clásica de Protágoras, que lo propuso como "medida de todas las cosas",
hasta la de Bolingbroke, quien, dos mil quinientos años después, sostuvo
que se trata de "una bestia salvaje". Estos conceptos tan encontrados,
como lo es el hombre mismo, se suceden en las pinturas de Médici a la
manera de "visiones", en los tantos sentidos de la palabra, entre ellos,
por cierto el religioso, aunque tomados desde una perspectiva secular. Son
visiones de la vida y la muerte, del amor y el odio, que tienen un lugar
de convergencia: el cuerpo humano. En las estampas alegóricas de Médici,
que suelen recordar las iluminaciones medievales pero también las láminas
populares y algunos dibujos científicos de otros tiempos, el cuerpo humano
es principio y fin, origen y destino, expulsión y absorción, ser y estar.
"Una vida no vale nada, pero nada vale una vida", sostuvo André Malraux,
quien se batió con armas e ideas en defensa de esa concepción. Médici
quizás esté de acuerdo sólo con la segunda parte de la frase del agnóstico
escritor francés. Porque, para él, la vida humana tiene el máximo valor.
Los dibujos que acompañan los poemas de Arbonés, son de una producción
posterior a un período de crisis entre los años '93 y '94 que lo llevó a
experimentar con otros materiales y a desarrollar nuevas formas. "Me
parecía que no podía movilizar a la gente -dice-. La obra de este período
es el fruto de haber seguido al azar como método y haber perforado los
realismos, tratando de que lo subjetivo sobreviva y exprese su primacía".
Gentileza Fernando Peirone
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